«Si bien, desde un punto de vista puramente físico, toda alteración de la salud puede considerarse anormal, no por ello se debe decir que todo decaimiento físico causado por conflictos y tensiones emocionales es necesariamente anormal»
Donald W. WINNICOTT (1896-1971)
Winnicot, el autor de la perspicaz frase, fue un médico inglés voluntario en la Royal Navy durante la Primera Guerra Mundial y que en la Segunda Guerra Mundial, ya como pediatra, trabajó con los niños evacuados de Londres y los problemas derivados de una separación familiar obligada. Llegó a ser también un reconocido psiquiatra y psicoanalista que, inmerso en un conflicto entre las escuelas y los seguidores de Melanie Klein y Anna Freud, supo crear un tercer grupo intermedio, sin desairarlas y tomando lo mejor de cada una. Suyos son conceptos teóricos tan importantes para la Psicoterapia como el espacio y los objetos transicionales, la diferencia entre el self verdadero y el pseudoself o la “madresuficientemente buena”, que frustra y consuela al hijo en la medida justa para no generarle abandono ni dependencia.
Era un verdadero experto en la relación maternofilial y, a este respecto, resulta curioso conocer un detalle paradójico de su vida y de la de las dos grandes autoras citadas, ambas especialistas en problemas infantiles. Ni Anna Freud (que para su epitafio quería la frase: «Pasó su vida con niños») ni tampoco el propio Winnicott tuvieron hijos; y aunque Klein (una de las autoras que más grandes contribuciones ha proporcionado a la metapsicología psicoanalítica infantil) sí los tuvo, cuando falleció llevaba unos diez años sin hablar con su hija Melitta, la cual el día de la muerte de su madre decidió impartir una conferencia calzándose unas botas de color rojo brillante.
Ítem más, si en una cárcel oímos: «Los presos deben tener más derechos y privilegios», no es lo mismo que lo haya dicho un interno en una celda de castigo, un guarda mientras desayunaba con los compañeros o el mismísimo director de la prisión en su discurso de toma de posesión del cargo.
Para entender el sentido correcto de algo se necesita conocer también las circunstancias relacionadas. Es decir, quién dijo qué, por qué, para qué, cuándo y dónde. Si se extrapola un mensaje privándole del contexto es más fácil malinterpretarlo y utilizarlo en sentido distinto de la intención original que lo motivó. De ahí que: “Un texto sin contexto es un simple pretexto”. Para que la comunicación sea exitosa no basta con que el emisor la realice correctamente, que el canal empleado sea el conveniente y esté libre de interferencias, sino que el receptor debe poseer las claves imprescindibles para descifrarlo, logrando así su adecuada interpretación.
¿Y esto tiene algo que ver con la profesión que nos toca desempeñar? Sí; cualquiera —en la tarea cotidiana que le ocupe— que quiera ser reconocido como fuente de autoridad y que sus mensajes sean tenidos por válidos, debe cuidar el más importante de los contextos: la persona y sus relaciones.
Es preciso favorecer que el paciente acuda con confianza y tranquilidad, sin tener que pensar en cómo estará hoy su médico. Para eso debemos mantener un discurso, una imagen y una actitud estables en el tiempo. Si al paciente le preocupa cómo va a encontrar al profesional que le atiende, aumenta su desasosiego y es incapaz de confiar en él, porque la angustia acrecentada le impide prestar la atención imprescindible para una sana comunicación. Esto es, lo deseable es que la persona posea cotidianamente el mismo carácter (afable a ser posible), sin cambios extemporáneos de imagen (vestimenta, peinado, etc.) y, mucho menos, de actitud. Y aquí queremos enfatizar que no se trata de que el estilo sea idéntico en todos, sino que cada profesional mantenga el suyo propio. Lo conocido transmite calma, seguridad; lo desconocido genera ansiedad y las rarezas intempestivas en personas o situaciones familiares resultan —como bien definió Sigmund Freud— siniestras. No podemos exigirnos ser perfectos, acertar siempre, ni siquiera tener hijos para ser grandes pediatras, pero sí —al menos—congruencia personal y claridad en las relaciones. Es preferible equivocarse sensatamente y aprender del error, antes que acertar por casualidad, creer que ya sabemos cómo hacerlo y desde entonces actuar erradamente.
Seguro que han adivinado la cualidad vital que subyace en esta reflexión y a la que todos, sin excepción, debemos aspirar: la coherencia.
Dr. Manuel Álvarez Romero, Médico Internista.
Dr. José Ignacio del Pino Montesinos, Médico Psiquiatra.