Artículo publicado en ABC, Tribuna Abierta 15/10/2020.
EN nuestras consultas aparecen, cada vez con más frecuencia y nitidez, cuadros clínicos de cansancio, desazón, malestar, desubicación, incomodidad y disconfort, etc… Se presentan preferentemente en personas con edad media o madura. Y no parecen apuntar al diagnóstico de síndromes ansiosos, depresivos, de estrés o sobrecarga profesional, etc.., propiamente dichos.
Cada vez nos parece más claro el origen y la naturaleza de algunos de estos procesos. Y repetimos que son cada vez más frecuentes conforme avanza esta situación social que vivimos des de los primeros meses del actual año 2020, en que el Covid-19 nos visitó y continúa con nosotros, los humanos.
Las personas que consultan en estas situaciones nos e ven enfermas sino más bien incómodas. Refieren inseguridad, descontento, disgusto y los analgésicos/ansiolíticos que han usado les propician solo un pequeño beneficio y durante un corto periodo de mejoría. También refieren un sentimiento de soledad, que no responde a ser físicamente real, pero que si expresa una cierta ausencia de comunicación.
Pensamos que la actual pandemia parece estar jugando con nosotros al desconcierto a la vez que se empeña en mostrarnos indefensos y convencernos de nuestra personal vulnerabilidad.
Por estas razones, hemos de acometer este nuevo y persistente sentimiento rompiendo la soledad que percibimos. Y para abordar esta situación hemos de en diálogo personal e íntimo hasta alcanzar una de serena y racional proactividad. Recordemos que la soledad tiene dos caras: una con el color de la felicidad, la otra con visos de sufrimiento. Cuando la soledad se utiliza para reflexionar, meditar, rezar o alimentar la propia vida interior, aparece la tendencia a la plenitud personal como característica propia de quienes viven felizmente, rodeados de afecto y simpatía, aunque su vida no haya sido nada fácil. Pero esas personas han sabido salir ilesos en el de la vida, conservando un espíritu optimista y positivo de cara al futuro.
Por el contrario, cuando reluce la cara negativa y sufridora, brota el dolor que tantas veces resulta inútil o estéril, perdemos la perspectiva y podemos sentirnos incapaces de restaurar el daño recibido e incluso rechazar las posibilidades de remedio que se nos brinden.
A fin de cuentas, aun contando con el peso objetivo que cada soledad conlleva, lo cierto es que la actitud personal que tengamos resulta ser el factor más importante. Una actitud que no es fruto del momento, sino que lleva consigo un prolongado y profundo desarrollo consecuente a un cuidadoso cultivo. Hemos de saber invertir en estas tareas al igual que se hace con un Solo así se prepara una vida feliz, aunque pueda haber transcurrido impregnada de serenas y repetidas soledades que aportan madurez y profundidad. La profundidad de cada persona es proporcional a su capacidad, a su experiencia en l a reflexión personal y a los necesarios.
Sólo esos silencios buscados se convertirán en diálogos con nosotros mismos y serán siempre una luz en el propio caminar personal a l a vez que abren a un diálogo más amplio que enmarca el más auténtico y real sentido de nuestro vivir.
Si damos un paso más, puede abrirse ante nosotros un nuevo horizonte, al descubrir nuestra natural trascendencia con todo su rico contenido vital. La consideración de nuestra condición sobrenatural y trascendente, enriquece y agranda aún más el vivir de la persona que somos. Cuando se avista un continente y a semejanza de Rodrigo de Triana, se grita ¡Tierra!, el brillo de lo que vemos y la belleza de lo que contemplamos estimula y motiva el propio vivir y el encuentro con quienes nos rodean. Suele haber demasiado ruido en nuestras vidas que impide oír los rumores o las voces verdaderas que pujan por salir del interior de todo ser humano señalando el buen camino. Bien lo apuntaba el maestro vienés, Víctor Frankl cuando escribía: Cuando la situación es buena, disfrútala. Cuando es mala transfórmala. Cuando la situación no puede ser transformada, transfórmate tú. Así, siempre podrá acudir en nuestra ayuda esa que nos visita junto con la elegida, querida y libre. Así se alcanza a hacer generoso y gozoso nuestro vivir.
Manuel Álvarez Romero. Médico.
Presidente de la Sociedad Andaluza de Medicina Psicosomática