Siempre me ha fascinado el mar. Su melodía, su olor, su infinito baile, su manera de extender sus largos brazos de piel azul hacen que cada vez que piense en el océano se apodere de mí una inmensa y profunda nostalgia. Mi padre es biólogo así que si alguna vez tuve cuestiones acerca de la naturaleza, siempre supo responderlas con gran seguridad. Me considero afortunada por tener un padre que supiera tanto de como funcionan las criaturas de este mundo. O al menos sus cuerpos. Me da mucha pena comer pescado. Por eso nunca he probado el marisco. No sé si me gusta o no su sabor, pero me dan ganas de llorar cuando veo a alguien comer gambas. Creo que es porque los miro a los ojos. Y en el vacío que los envuelve soy capaz de visualizar sus vidas. Y de sentir algo parecido a lo que ellos sintieron cuando los pescaron. Admiro a las criaturas del mar, tanto a las que se pueden mover como a las que no. Hagan lo que hagan, lo mantienen todo en equilibrio, no se destruyen si no es por necesidad. No buscan pisotearse entre ellos, sino crear una bella armonía. Y me preocupa el medio ambiente. Mucho, tal vez demasiado. Me siento culpable por ver cómo destruyen sus hogares, como los matan y los exponen como trofeos, como los envenenan con plástico. Aunque es de esperar de una sociedad en la que un animal vale más muerto que vivo. La biología del mar es simple, y eso mismo puede hacerla frágil a menudo. Tal vez por eso viven en el agua, que les ayuda a fluir. Y ellos aprovechan valientemente lo que el agua les da. La respiran, no como muchos que tienen miedo a ahogarse si se sumergen en ella. Así que, sí, aquí están algunas de las razones por las que me gusta la biología del mar. Y podría seguir, pero creo que ya he ocupado medio folio.
L.J. M.