Una temática que en la actualidad está muy en auge es la educación de nuestros hijos e hijas. Cuando nos preguntamos quiénes son los que educan, si la familia o la escuela, encontramos diversas opiniones y controversias varias que tienden hacia una opinión u otra. Centrándonos en este enfoque, no podemos delimitar a la familia como único factor influyente en el proceso de enseñanza-aprendizaje, y, por ende, como la única influencia que recibe el alumno en su rendimiento académico, sea positivo o negativo.
Existen muchos factores que inciden en el rendimiento educativo del alumno, tanto personales, familiares, así como educativos, que pueden hacer que un alumno tenga un mejor o peor desempeño en sus tareas, así como que puedan afectar a la motivación e involucración personal que tengan en sus propios estudios y metas académicas. Consideramos que delimitar la eficacia o no de un determinado factor en el rendimiento de un alumno sería erróneo por nuestra parte, ya que un niño que tenga problemas en casa (discusiones de los padres, divorcios, llegada de nuevos hermanos, situaciones de desempleo…) puede llegar a presentar un bajo rendimiento académico, tal y como lo podemos encontrar en un alumno que dentro del aula sufra acoso escolar, no entienda bien los conceptos o quizás necesite más explicaciones respecto a una lección de la asignatura. Sólo es cuestión de centrarnos en las necesidades específicas e individuales de cada uno de ellos.
¿Cómo podemos determinar en qué casos y cuándo es más efectivo el refuerzo que recibe un niño/a dentro y fuera del aula, como por ejemplo acudir a consulta psicológica? Suponemos que hablar de forma global y sin datos, en los que poder basarnos, resulta un poco arriesgado por nuestra parte, ya que cada niño/a es un mundo en el que encontramos circunstancias, motivaciones y necesidades distintas. Es cierto que la labor del psicólogo infantil se centra en proporcionar, dentro de consulta, aquellas herramientas y refuerzos que están a nuestro alcance y supongan un refuerzo para los niños/as, individualizando la atención a las propias necesidades de cada uno de ellos.
Cuando hablamos de factores que influyen e inciden de forma efectiva (o no) en el rendimiento escolar de un niño/a podemos destacar los siguientes:
- Factores personales: la motivación, interés y predisposición a atender dentro del aula, hacen que tenga una actitud diferente hacia su desempeño escolar, por lo que puede influirle de forma positiva en alcanzar un buen rendimiento educativo.
- Factores familiares: el primer factor influyente que nos encontraremos es la familia, en particular los propios padres que pueden influir en el desempeño escolar de sus hijos con su forma de actuar y pensar. Recurrir a distintos tipos de motivaciones, externas e internas, con las que reforzar a los hijos en sus tareas educativas, hacen que éstos tengan una disposición más positiva hacia el estudio, destacando entre ambas, la motivación intrínseca, con la que se le valora su esfuerzo, desempeño, actitudes… haciendo que el niño se interese más por su propio aprendizaje.
- Factores escolares: entre estos nos encontramos con los docentes que influyen de forma directa en el rendimiento académico del niño/a, ya que son los que guían y determinan las tareas que éstos deben realizar, y, por tanto, tienen en su mano la posibilidad de influir de forma eficaz en el rendimiento académico de los estudiantes. Por ello, es crucial focalizar nuestra atención en el llamado “efecto Pigmalión” y las consecuencias que tiene sobre la consecución de objetivos de los niños/as, ya que la creencia que tenga el docente sobre la capacidad del propio alumno va a influir en la consecución de metas académicas de forma eficaz y satisfactoria (y también las propias expectativas y creencias de los padres). También otro factor importante es el tipo de relación que tenga el alumno con sus compañeros, el clima de clase, así como la percepción de pertenencia al grupo, que el propio niño/a tenga.
El tipo de implicación familiar en la educación de los hijos, en relación al contexto escolar, ha disminuido. Actualmente no existe tiempo físico para que los padres dediquen parte de dicho tiempo a acudir al centro educativo, sólo una pequeña minoría, por situaciones de desempleo, tienen la “ventaja” de acudir a los centros, acompañar a sus hijos e incluso involucrarse en tareas lúdicas y recreativas que tengan lugar en éstos (convivencias, excursiones, teatros…). Según la Constitución española (1978), el derecho a la educación y el establecimiento de que tanto los profesores, como padres e incluso los propios alumnos, intervengan en el control y gestión de los centros educativos (que se encuentren sostenidos por fondos público de la administración), es decir, encontramos que por ley las propias familias están obligadas a estar pendientes de la formación educativa que reciban sus hijos, así como la gestión de dicho centro. Pero ante esto cabe preguntarse ¿en qué medida unos padres pueden intervenir en los centros educativos? Nos encontramos ante una realidad asoladora, que se caracteriza por eternas jornadas laborales, infinidad de trabajo acumulado que los padres se llevan a casa, junto a un síndrome que está en auge en el siglo XXI denominado “bournout”, es decir, el estrés laboral y la situación de presión que afrontan los padres hoy en día, que probablemente en otras épocas no tenían lugar. Quizás este hecho sea uno de los que impiden, en muchos de los casos, que las familias puedan implicarse en menor o mayor medida en las actividades propuestas por los centros.
También es cierto, y es un hecho que no podemos negar, que las familias siempre buscan las mejores ayudas y recursos para sus propios hijos. Encontramos que a medida que han ido pasando los años, las familias han ido aumentando el uso de recursos externos para la propia educación de sus hijos (clases particulares, academias…). Y esto lo encontramos tanto en familias con poder adquisitivo, como aquellas con menos recursos, porque según observamos en las realidades en las que nos movemos, todos los padres afirman buscar “lo mejor para sus hijos”, aunque ello conlleve el gasto de recursos económicos. Probablemente estas situaciones estén motivadas por el poco tiempo que tienen para poder atender a sus hijos, y lo compensan con ayudas externas, pero quizás otra forma de ayudarlos sería involucrarse de lleno en el centro escolar, aunque dicha involucración no exigiera grandes periodos de tiempo.
Cada niño/a es un individuo rodeado por una serie de circunstancias y necesidades, y no podemos determinar qué puede resultar más eficaz si no nos involucramos en conocer el entorno que le rodea y de esa forma delimitar qué necesidades podemos cubrir (que no estén siendo reforzados en el aula). Aunque sí es cierto que las exigencias/refuerzos que se hacen desde dentro del aula van más orientadas hacia los objetivos y metas educativas del alumno, por lo que lo ideal sería que existiera un apoyo adecuado fuera del centro.
Existe un artículo de Lozano Díaz bajo el título “Factores personales, familiares y académicos que afectan al fracaso escolar en la Educación Secundaria”, en el que se nos muestra una variedad de factores y variables que afectan al propio rendimiento del alumno, y, por ende, a su propio proceso de enseñanza- aprendizaje. Tal y como hemos comentado, es de vital importancia tener siempre presente todas esas variables, sin olvidar ninguna, de forma que las intervenciones y orientaciones que se le hagan a nuestros pacientes sean siempre completas y que integren todos los factores que inciden sobre ellos en su día a día. Debemos, por tanto, centrarnos en una educación real y basada en la realidad que viven nuestros niños/as, en lugar de elucubrar sobre aquellos que consideramos que «podría» influir.
Fdo: Estrella Mesa Masa
Psicóloga Sanitaria
Centro Médico Psicosomático